sábado, 13 de noviembre de 2010

El ejercito

El ejercito

Egipto era un enclave protegido por la naturaleza: ésta le proporcionaba un río que le daba vida, y más allá el desierto que hacía imposible una invasión, al menos hasta el Imperio Medio cuando las fronteras se revelaron poco seguras y los faraones decidieron actuar en el exterior, luchando por Siria y Canaán, enfrentándose así a otros imperios. Se hizo entonces imprescindible un ejército organizado.


Ramsés II en Qadesh
En el Imperio Antiguo, el ejército se denominaba mesha, cuya traducción viene a ser “agrupación de fuerzas”: y efectivamente, eso era, unos grupos que se reunían en caso de necesidad para apoyar a pequeñas unidades permanentes. Este ejército tenía entre sus funciones la protección de fronteras y del comercio marítimo, pero también la realización de todo tipo de trabajos públicos.
Durante el Primer Periodo Intermedio y a consecuencia de la inestabilidad, los distintos gobernadores crearon ejércitos privados, y comenzó una práctica que se hizo habitual: el empleo de fuerzas mercenarias extranjeras. Ya en el Imperio Nuevo, tras la derrota de los hicsos, la dinastía XVIII comienza una serie de campañas militares y conquistas para las cuales el ejército necesitó una elaborada organización. Los hicsos habían introducido el caballo y el carro de guerra, cuyo uso quedó restringido al faraón y los nobles, y estos cuerpos de élite quedaban encuadrados en Divisiones de infantería, que constituían la principal masa de combatientes. Cada una iba mandada por un general y recibía el nombre de un dios; estaban divididas en batallones y estos en compañías formadas por unos 200 hombres, repartidos en secciones de 50.
En cuanto al armamento, pinturas y relieves nos han dejado testimonio del uso del arco, aljaba para las flechas y cimitarra, así como lanza, y una maza sustituida posteriormente por un hacha. También llevaban puñal al cinto y un escudo de cuero.
Los mandos estaban formados por miembros de familias de cierta categoría, los únicos que podían acceder a la escuela de oficiales y que conseguían prestigio y fama en la batalla, logrando sus ascensos. La tropa tenía la esperanza de conseguir un terreno de 3’25 Ha, sin distinción entre nativos y mercenarios, parcela que podían heredar sus descendientes siempre que entre ellos hubiese un varón apto para enrolarse.

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